domingo, 24 de octubre de 2010

TIRED. CHAPTER XI. ¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN LABOURÉ?


"Juventud... ¿divino tesoro?"

El frío volvía a apoderarse de los cuerpos de la mayoría de los transeúntes de la ciudad.

Y no había mejor forma de combatir el frío que una que todo el mundo ya sabe...

Aleyt se vestía mientras Nacho la retenía con los brazos. Pero tenía que volver a la residencia, ya había estado demasiado tiempo fuera y las obligaciones universitarias eran sagradas.

- Jo... No te vayas.

- Ay Nacho yo no me quiero ir...

- Bueno, si quieres te acompaño un poco hasta la resi.

- No, no. Que tienes que ir a ensayar al coro y vas a llegar tarde por mi culpa.

- Vale... Como quieras.

La chica salió de la habitación dispuesta a salir por la puerta. Dio un beso a Nacho, pero alguien la interrumpió antes de que marchara.

- ¡Aleyt!

Era la voz de Ross.

- Hola Ross, ¿qué tal?

- Bien.

- Oye... ¿vas para la residencia?

- Sí.

- Bueno, me voy contigo, yo es que voy a clase. Y así hablamos...

Nacho miró a Ross con cara de extrañeza. Y Aleyt se puso nerviosa. Sabía que el tema iba a ser Silvia. Y Nacho notó los nervios de la muchacha que, como siempre, estaba metida en un berenjenal del que estaba deseando salir.

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Mario no paraba de llamar al teléfono de Louise una y otra vez, y una y otra vez. Pero ésta hacía caso omiso a las llamadas del chico.

Estaba en tren que la llevaba por enésima vez a casa. Y mientras miraba por la ventana el espléndido paisaje cántabro, pensó en todos los momentos buenos que había pasado con Mario.

Sonrió al recordar que le había prometido que se casaría con él, y que tendrían una casa. Y niños... ¿Qué derecho tenía ella a tirar por la borda todo el tiempo que habían estado juntos? ¿Por qué se estaba haciendo ese daño?

Siguió pensando, pero todo apuntaba a que estaba cometiendo un grave error, así que, sin más, escribió un te quiero con mayúsculas en un mensaje destinado al hombre de su vida.

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Ross y Aleyt caminaron callados por las calles de Valladolid, dando un pequeño rodeo. Ross no sabía como empezar, así que la pregunta fue directa:

- ¿Cómo está Silvia?

Aleyt miró a Ross, pero apartó la vista enseguida, pues no quería mirarle a los ojos. De ese modo le hubiese dicho algo ofensivo.

- Ross..., déjalo.

- No Aleyt, yo pensaba que ella estaba bien, pero no lo está. Y todos pensáis lo que no es, yo no soy como creéis.

- ¿Entonces por qué la dejaste así, sin más, después de haber estado todo el puente mandándole mensajitos, acompañándola a la resi, quedándo con ella...?

- Para Aleyt para, las cosas no son como parecen...

- Pues explícamelo, o mejor, deberías de explicárselo a ella.

Se pararon en seco en una calle no muy transitada.

- Aleyt, yo no he dejado a Silvia por nada... Me lo he pasado muy bien con ella, pero... Es complicado de explicar. Yo no puedo prestarle la atención que ella se merece, tengo unos estudios con los que cumplir, unas metas que alcanzar y si me enamorase de ella no podría cumplirlas. Te admiro porque tú sí puedes y a Nacho lo puedes atender, pero yo soy incapaz de hacer eso con Silvia, y sé que lo pasaríamos fatal los dos. Se que suena como una excusa barata y fácil de poner, pero lo que todos habéis visto es que yo me he divertido a costa de ella y cuando me he cansado la he mandado a la mierda, pero no os habéis parado a pensar en cómo soy yo porque no me conocéis. Además, ¿y si no llegase a enamorarme de ella? Yo no lo estaba todavía, empezamos a salir y vosotros, todos los que me rodeáis fuisteis los que os pensasteis cosas que no eran... Y se lo decíais a ella. Si la hubieseis dejado pensar por ella misma, no habría pasado esto. La gente se mete siempre donde no la llaman y eso afecta y condiciona las relaciones humanas. Deberíais de habernos dejado sin preocuparos y sin hablar sobre cosas que no tenéis ni idea. Y también especuláis sobre si Vic me sigue gustando, o no... De verdad, parad, no sabéis el daño que hace que te juzguen sin conocerte... La gente debería de dedicarse a sus asuntos y dejar a los demás en paz, ¿no crees?

Aleyt estaba mirando a Ross con los ojos muy abiertos.

Llevaba razón, llevaba razón en todo. No tenía nada que echarle en cara ni nada más que decirle.

Solo pudo avergonzarse y decirle que lo sentía muchísimo.

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