martes, 13 de abril de 2010

TIRED. CHAPTER I. VALLADOLID.

- ¿Sí digame?
- Hola, buenas tardes. ¿Es la residencia Labouré?
- La misma.
- Buenas. Soy la madre de Aleyt Meeverne, Alejandra. Mire era para decirle que ya sabemos que la llegada de las residentes era hoy, pero se nos hizo un poquito tarde y estamos camino de Valladolid. ¿Hay algún problema si llegamos mañana por la mañana?
- Por supuesto que no señora. Aún faltarán por llegar montones de chicas, no se preocupe.
- Muy bien pues mañana sobre las 11 estaremos allí.
- Perfecto. Buenas tardes.
- Hasta mañana.
Se hacía de noche. Aleyt se notaba cada vez más y más nerviosa. Necesitaba llegar ya a Valladolid después de casi 5 horas de viaje.
Las últimas semanas en casa no habían sido precisamente buenas. Su abuela había caído enferma de ciática, coincidiendo con que su madre y su tía tenían que viajar hasta Italia por motivos de trabajo, por lo que ella tuvo que estar cuidando de la anciana hasta su regreso.
Su abuela no era lo que se puede llamar una persona razonable, además de muy testaruda y mandona. Aleyt sacó toda su paciencia e intentó que se sintiera lo mejor posible, pero su abuela siguió igual de desagradecida y sin parar de recordarle lo duro que iba a ser que se fuera a estudiar lejos. Realmente, ese era su mayor deseo, huir de aquellas tierras.

Llegaron a Valladolid al caer la noche. Aparcaron el coche en el parking del hotel donde se alojaría su madre y fueron a cenar por la Plaza Mayor.
Aleyt, extraño en ella, estaba poco habladora, y su madre la acribillaba a preguntas con respuestas que se perdían en su mente.
Aquella noche no pudo pegar ojo. Su cabeza daba vueltas y vueltas para asimilar poco a poco la nueva situación. La verdad que lo que menos le agradaba era tener que vivir en una residencia de monjas, pero no tenía elección.

Sonó el despertador. El fatidico día había llegado.
Llegaron con el coche lleno de equipaje a la residencia y después de las mismas bienvenidas y besos y abrazos subió a la habitación. Comenzó a odiar aquellas cuatro paredes en las que viviría durante un largo año.
- ¿Te hace falta algo más?
- No, creo que así está todo bien.
- Mujer, no quites el cuadro de la virgen y pongas a los Beatles. Es que ya llegas provocando.
- A ver mamá, es mi habitación, puedo tener lo que yo quiera.
- ¿Y ese cuadro de ahí?
- Me lo regalaron mis amigos por mi cumpleaños. Sabes que me encanta Pink Floyd.
- Pues parece un cuadro lésbico.
- Bueno deja ya de meterte conmigo ¿no?
- Relájate hija. Anda vamos para abajo que me ha dicho la monja que tenias que ir a la sala de televisión.
- Vale, pero a la misa ni de coña.
- Bueno vale.

Aleyt bajó y se ruborizó al entrar al salón repleto de chicas que la seguían con la mirada. Su gran constitución imponía a los desconocidos, aunque en este caso la cara no era el espejo del alma.
Después de un estupendo Power Point sobre Dios y la vida religiosa en la residencia, presentación que disgustó y malhumoró a Aleyt, la hermana pidió que las chicas se agruparan por carreras.
Aleyt buscaba desesperada a alguien que fuese a estudiar su misma carrera. De repente retumbó en sus oídos una voz que decía: "¿¡Alguien estudia Periodismo!?" Allí estaba lo que buscaba. Era una chica rubia, con cara de muchos amigos, que se llamaba Carol. Se saludaron y presentaron, y se juntaron con otro grupo de chicas para empezar a conocerse.
En aquel grupo había un pintoresco personaje, una chica llamada Silvia, que no paraba de hablar y de hablar. Buena ocasión para romper el hielo. Quizás las cosas no iban a salir tan mal como ella esperaba y poco a poco la fueron abandonando los nervios.

Consiguió escabullirse de la misa y fue a comer con su madre que la esperaba fuera. Cruzaron a una cafetería cerca de la facultad y, que casualidad, se encontró allí a Silvia y a otra chica de la misma residencia. Se llamaba Louise.
Al terminar, llegó el momento de separarse. Con unos consejos que le dio su madre, Aleyt se despidió de ella aguantando las lágrimas como pudo.
Volvió a Labouré, cogió su mochila, y bajó a recoger a Carol para ir juntas a clase.
Siempre agradecerá a Dios o a quien fuese que le tocara en la misma clase que a su futura amiga.

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