lunes, 24 de mayo de 2010

TIRED. CHAPTER III. NAVIDAD.

Muy en especial para mis dos héroes. No se que haría si no los hubiera conocido. Gracias por todo.

La navidad llegaba a su fin. Todos los estudiantes de Valladolid regresaban quejándose de lo cortas que habían sido las vacaciones. El tiempo pasaba deprisa, y ya comenzaba la época más terrible del curso: los exámenes.
Ana regresaba en el tren cargada con maleta, bolso, bolsas de regalos, etc. Llegó a la estación del Norte y corrió hacia el autobús que la llevaría a la residencia. Tenía los ojos hinchados en aquel momento. El viaje había sido duro y apenas disfrutó del paisaje por culpa de las lágrimas.

Ana volvió a casa un día antes de Nochebuena, y aquella noche salió con sus amigas. Lo necesitaba, hacía tiempo que no iba por allí. Estando tomando unas cañas, cuando apareció Julio, el chico al que dejó cuando llegó a Valladolid por haberle sido infiel.
- Ana... ¿Podemos hablar un momento?
- ¡No tengo nada que hablar contigo!- Voceó Ana.
Sus amigas intentaron calmarla y consiguieron que saliese fuera a hablar con él.
Julio le explicó todo lo que ocurrió la noche que le fue infiel. Al chico se le saltaron las lágrimas, y a Ana también. Ella lo seguía queriendo, y él a ella eso parecía. Decidieron darse otra oportunidad tras una larga charla durante la cual fueron caminando por el interior de la Muralla.
Se les veía felices como antaño lo fueron. Pero a veces la vida es más cruel de lo que fue.

Llegó Nochevieja. Ana estaba preciosa con un vestido negro que su abuela le regaló. Cenaron tanto su hermana como ella con su padre, y más tarde cada una fue a reunirse con sus amigos para celebrar la entrada del nuevo año.
Ana caminaba hacia la discoteca que solía frecuentar y se encontró con un amigo de Julio.
- Eh... ¡Ana! ¿Qué... qué haces por aquí?
- ¡¡¡Feliz año!!!
- Sí, ..., sí... Igualmente.
El chico estaba muy nervioso.
- ¿Y Julio? Me dijo que me llamaría, pero nada...
- Ya... No se. Creo que uno de estos se puso malísimo y está con él. ¿Donde caminais?
- Pues donde siempre. ¡Si lo ves dile que me llame!
- No... Bueno... Sí vale...
El chico se alejó. Y, cuando Ana se dio la vuelta, se encontró con Julio, pero no como ella esperaba. Estaba muy bien acompañado.
- ¡Sabía que lo harías otra vez!
- ¡Ana!
- ¡¡¡Y con mi hermana!!!
- Ana, tu hermana va un poco perjudicada...
- ¡¡¡Pues que yo sepa los controles de alcoholemia no se hacen comiéndole los morros a nadie!!! ¡¡¡Y menos a tu cuñada!!!- Ana estaba al borde del ataque. Los ojos le brillaban de ira y odio.
- Ana... Lo siento.- Dijo su hermana con la voz entrecortada y cabizbaja.
- ¡¡¡Tú cállate!!! Estoy deseando irme a Valladolid para perderte de vista. ¡¡¡No vives más que para joderme la vida!!!- Ana gritó furiosa a su hermana levantándole la mano, pero alguien la cogió antes de que se arrepintiera de aquello.
No dijo nada más. Solo pidió que alguien la acompañase a casa.
Desde ese día, no volvió a cruzar una mirada con su hermana pequeña.

Ya en Valladolid, Aleyt iba en el coche con su madre. Les había costado mucho llegar desde tan lejos por la nieve que había en las carreteras. Afortunadamente llegaron bien.
Aleyt tenía muchísimas ganas de ver a Nacho. Se despidió de su madre, deseándole ésta suerte para sus exámenes.
Nacho trabajaba ya en la residencia Felipe II sustituyendo al portero de por las noches porque había tenido un accidente.
El trabajo le venía estupendamente, pero acabaría matándole al principio lo de trabajar de noche.
Aleyt se dirigió hacia allí. La residencia estaba en un callejón paralela al lateral izquierdo de la iglesia de San Pablo.
Pasó por la verja, caminando tranquilamente y vio a Nacho esperándola a lo lejos. Mientras avanzaba, se percató de un hombre que la siguió con la mirada hasta que pasó. Era un señor que pedía limosna en la puerta lateral de la iglesia. No le dio mayor importancia.
Al llegar a la puerta de la residencia, se lanzó a los brazos de Nacho. Empezaron a contarse cómo habían sido los últimos días de la navidad. Poco a poco iban llegando hasta allí más residentes. Mientras fue de día, se quedaron en la puerta. Luego ya pasarían dentro por el frío.
Charlaban tranquilamente, cuando de repente empezaron a oír gritar a un hombre. Era el mismo que pedía limosna. Se quedaron mirándole extrañados, y se dieron cuenta de que sus graves amenazas las dirigía a Nacho.
- ¿Te lo dice a ti?- Dijo Aleyt asustada.
- No he visto a ese hombre en mi vida, te lo juro.
- Que te va a apuñalar dice... Madre mía ese tío está tronado. Y dice que sabe a que hora sales... Oye lleva cuidado, no está bien.
- No te preocupes anda que no pasa nada. Ya se irá.
- Mejor vayamos dentro.
Se calmaron un poco. Ya oscurecía. Estaban charlando tranquilos cuando vieron una sombra en la puerta. Era el mismo hombre mirando, con una sonrisa maliciosa por la ventana que daba a la portería, a la pareja. Ambos se asustaron, y Nacho fue a cerrar las puertas de la residencia. Además, se dieron cuenta de que el hombre llevaba unas enormes piedras, una en cada mano y los miraba con la misma sonrisa terrorífica. Gracias a Dios que en aquel momento llegaba Toni, el director de la residencia, hablando por teléfono. El hombre seguía allí mirándoles, pero al ver al otro muchacho más corpulento no dijo nada. Nacho se tranquilizó, pero Aleyt no podía. Se le pasaban ideas vagas por la cabeza de que algo pudiera pasarle a la persona que más quería, y eso la destrozaría.
- Nacho... Llamad a la policía, te lo digo en serio, no quiero que vayas solo a casa.
- Bueno Toni ya está aquí. Si pasa algo llamaremos.
- Nacho... Toni no va a estar hasta que te vayas tú. Y el tipo este puede esconderse, o esperarte en San Pablo o yo que sé...
La chica rompió a llorar y se abrazó a Nacho. El muchacho también estaba muy nervioso.
El hombre se alejó, pero no quitaba la mirada de la puerta. Toni seguía allí e intentó con varias bromas suavizar la situación.
Aleyt tenía que irse ya. Había quedado con Sara en la residencia. Toni la acompañó hasta la salida, cruzándose de nuevo con aquel hombre extraño y volviéndosele a clavar sus ojos en la nuca. No se fue tranquila.
Mientras caminaba con el corazón saliéndole por la boca, se encontró con Ofelia y Arturo. Se felicitaron las fiestas y se contaron cosas de las vacaciones, pero la pareja vio preocupada a Aleyt, y ésta les contó todo lo que había ocurrido. Ofelia le dijo que lo mejor hubiese sido llamar a la policía, solo por si acaso, pero Aleyt le explicó que ni Nacho ni Toni tenían esa intención. Cuando le contó a Ofelia que el hombre solo amenazaba a Nacho si estaba solo, se le ocurrió la idea de llamar a Genaro y a Ross para que fueran a recogerle a la hora de salida. Aleyt no se lo pensó, y, aunque le sabía fatal, llamó a Genaro.
- ...¿En serio?
- Genaro... No te lo pediría si no estuviese tan preocupada. Pero lo que he visto no me ha gustado nada. Por favor id...
- Claro que sí mujer, para eso estamos. Ya te contaremos. Allí iremos los dos.
- Vale. Llamadme cuando llegueis a casa. Sois unos soletes.
Aleyt se quedó más tranquila y fue a ver una película con Sara y dos chicas que conocía poco de la residencia: Ana y Silvia. Después de esto nacería una bonita amistad entre ellas. Aleyt les contó lo que había pasado y las chicas intentaron distraerla, sobretodo Silvia. Le agradecería siempre lo que hizo por ella aquel día.

Nacho salía de la residencia a las dos de la madrugada. No estaba preocupado, pues había visto a aquel hombre marcharse después de la segunda misa. Tampoco sabía que Ross y Genaro irían a buscarle, por lo que salió cinco minutos antes. El muchacho andaba rápido, tenso, con los cinco sentidos puestos en cada rincón. Pero al ojo humano siempre se le escapan cosas. Cuando vio aquella sombra se sobresaltó, pero el brillante filo fue más rápido que sus reflejos.
Oyó voces conocidas a lo lejos gritando su nombre. Y lo último que oyó aquella noche fueron los gritos desesperados de un hombre entre las sirenas de la policía que pedía perdón por lo que había hecho.
Mientras, Aleyt subía a la habitación, muriéndose ya de la impaciencia al no recibir ninguna llamada. Se acordó de aquella frase que le dijo su abuela: "no hay dos sin tres". El fin de semana antes de volver había sido horrible. Creía en las casualidades, y se temía lo peor.
Sonó highway to hell en el silencio de la noche. Era Genaro.
El móvil de Aleyt cayó al suelo y se escuchó por todo Labouré un grito desgarrador.

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